Es una noche negra, de esas que dicen de lobos y aparecidos; y en la cercana ensenada de Saladavieja, a varios tiros de arcabuz de la orilla, una poderosa flota de veinticinco galeras turcas aguarda la llegada del amanecer oculta tras una siniestra oscuridad.
Desde la cámara de popa de la capitana, su viejo caudillo observa con preocupación el mal estado de la mar. Sopla levante fuerte; las olas, cada vez más altas, arremeten con violencia contra los cascos de las embarcaciones y una lluvia torrencial ha comenzado a caer sobre la bahía.
A su alrededor, en las cubiertas de las otras naves, unos tres mil hombres esperan la orden de desembarco a la intemperie y ateridos por el frío. La mayoría están también mareados y algunos han vomitado lo poco que cenaron hace ya horas. Todos permanecen hacinados en espacios muy reducidos y el hedor, a veces, resulta insoportable; aunque el ansia por combatir les ayuda en parte a sobrellevar la situación.
Como si de un fantasma se tratase, la armada ha arribado la noche pasada sin ser sentida a lo largo de toda la costa; porque en ninguna de las torres de vigilancia se ha llegado a encender fuego de almenara, así que nadie en Estepona sabe de su presencia.
De hecho, apenas a media milla, un atajador acaba de dejar atrás la fortaleza y se dirige por el solitario camino de la playa justo hacia esa ensenada de poniente sin imaginar siquiera lo que se le viene encima. Entre la furia del viento, el aguacero y el estruendo de los truenos, bastante tiene por ahora con mantenerse a lomos de su impetuoso corcel.
Si quieres conocer más detalles sobre este episodio ocurrido durante el mes de septiembre del año 1.550 en la conocida hoy como playa del Cristo, haz clic en el siguiente ENLACE A MI BLOG “En tierras de frontera”. Junto al relato, he añadido también un poema titulado “Noche de lobos en la Celada Vieja” y un montaje audiovisual del mismo con la voz de Juanma Herrera, del que fui colaborador hace varios años en un programa de la radio local.
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